Afectos y emociones

Sabemos que la persona humana no puede ser tratada como objeto, ya que no es una cosa material; también sabemos que la persona no es una realidad fácilmente definible.

“La persona, efectivamente, siendo la presencia misma del hombre, no es susceptible de definición rigurosa … En los límites que nos fija aquí nuestro campo no podemos más que describir la vida personal, sus modos, sus caminos … por eso la propia definición es una descripción y enumeración de notas”. – E. Mounier, 1905-1950, filósofo personalista

Para introducirnos en el tema de la afectividad y los sentimientos debemos pensar en la persona imaginando que cada persona es un “universo objetivo y concreto” en la cual existe “un centro” de reorientación propio, singular y único. En ese “centro” es donde se llevan a cabo todas las “actividades de la persona”, su forma de comunicarse, de relacionarse, sus propias manifestaciones, etc., todo ello de forma única.

El modo de organizarse en ese “centro” muestra la inmanencia, la transcendencia de la persona, que está siempre presente y manifiesta “su centro”. Y es precisamente a través de ese “centro” el modo en el que se capta y se reconoce a la persona, es decir, por sus actos y por sus movimientos propios de personalización.

De modo que: la persona es esa trascendencia inmanente que está unida inseparablemente a su esencia.

Para entender “ese adentro de cada uno” podemos pensar por ejemplo en los sentimientos y la conducta de cada uno de nosotros, al hacerlo, nos damos cuenta de que todos tenemos sentimientos y actitudes, que siendo diferentes nos muestran a los demás como somos. De manera que, al observar la conducta a la que nos llevan, nos muestran que “yo mismo, soy más que yo”. Por ejemplo:

  • Todos tenemos un cuerpo, pero el pudor y la vergüenza de cada uno, muestran que cada persona es algo más que su propio cuerpo.
  • Si nos fijamos en la timidez de cada uno, veremos que nos muestra que la persona es más que sus actos y sus palabras.
  • Si hablamos de la ironía y el humor de cada cual, veremos que nos muestran que la persona es algo más que sus ideas.
  • Y si hablamos de la generosidad que cada uno muestra, nos daremos cuenta de que la persona puede estar por encima de sus posesiones.

La afectividad humana

Para hablar del fenómeno concreto de la afectividad humana partiremos de dos premisas:

  1. Todos los seres humanos reaccionan de una forma u otra ante la realidad concreta que les rodea.
  2. La conciencia de “esa realidad” nos puede producir diferentes reacciones, ya sea apetencia, rechazo, afectos, impulsos, etc.

De manera que habrá algunas cosas que nos gusten y nos atraigan, y otras cosas en cambio, que nos disgusten y nos repelan. A ese complejo fenómeno, es a lo que se llama afectividad, y curiosamente eso es lo que condiciona nuestras acciones, y nuestra conducta.

La afectividad por tanto confiere una sensación subjetiva de cada momento y contribuye a orientar la conducta hacia determinados objetivos influyendo en toda la personalidad del individuo.

También podemos decir que la afectividad consiste en:

Un conjunto de emociones, estados de ánimo, sentimientos que impregnan los actos humanos y van incidiendo en el pensamiento, la conducta, y la forma de relacionarnos (de disfrutar, de sufrir, sentir, amar, odiar), interaccionando íntimamente en el sujeto, ya que el ser humano no asiste a los acontecimientos de su vida de forma neutral.

¿Cómo se desarrolla el fenómeno de la afectividad en el ser humano?

  1. Se trata de una reacción “hacia algo” que viene precedida de una percepción (lo que se nos presenta delante, no nos deja indiferentes)
  2. Aporta una valoración: “ese algo” me gusta (me atrae) o me disgusta (me repele)
  3. La percepción de “ese algo” puede afectar a nuestro cuerpo cuando provoca una reacción como el miedo, la angustia, el rechazo…
  4. La reacción que provoca “ese algo” tiene distinta intensidad, que marca una gradación o escala de mayor o menor intensidad de la experiencia afectiva., emoción, sentimiento y pasión.

Según algunos teóricos la máxima interrelación entre el psiquismo y lo somático se da en la afectividad y solamente desde el punto de vista didáctico se puede dividir la afectividad en parcelas más o menos independientes. De modo que, sobre la afectividad humana podemos decir que es una zona intermedia en la que se unen lo sensible y lo intelectual, es “el lugar” en que habitan los sentimientos, las emociones y las pasiones”.

Respecto de las emociones, los sentimientos y las pasiones:

  • En las emociones existe una mayor implicación somática, de manera que a nivel fisiológico se pueden manifestar con reacciones vasomotoras (en forma de palidez, rubor, sudoración), intestinales (como diarreas), neuromusculares (como espasmos musculares), cardiocirculatorias y respiratorias (con taquicardia, taquipnea y disnea).
  • Los sentimientos se encuentran en un extremo, más tenues, pero más prolongados que las emociones.
  • Las pasiones implican alteraciones emocionales y sentimentales intensas, y son más persistentes que la emoción.

Las reacciones que tenemos ante “una realidad concreta” son las que nos permiten conocer el fondo de cada persona, que aflora en cada uno de nosotros de un modo concreto.

Las emociones

Son estados anímicos (normalmente respuesta a un estimulo) que se pueden manifestar con gran actividad orgánica, y se reflejan en ocasiones como un torbellino de comportamientos externos e internos y otras veces “se instalan” como estados anímicos permanentes (desequilibrios psíquicos y somáticos que pueden llegar a desorganizar el comportamiento del individuo).

Las emociones no son entidades psicológicas simples, sino una combinación compleja de aspectos fisiológicos, sociales, y psicológicos que se dan como respuesta a un motivo concreto, a la consecución de un objetivo, de una necesidad.

Las emociones se caracterizan por:

  • su gran versatilidad (aparecen y desaparecen normalmente con rapidez)
  • su polaridad (son positivas y negativas)
  • su complejidad (son procesos en los que están implicados factores fisiológicos, cognitivos, conductuales y de conciencia).

La emoción también podría definirse como una experiencia afectiva (agradable o desagradable), que supone un grado de actividad fenomenológica y que compromete tres sistemas de respuesta: cognitivo-subjetivo, conductual-expresivo y fisiológico-adaptativo.

Podemos nombrar entre otras emociones: temor, sorpresa, tristeza, disgusto, ira, esperanza, alegría y aceptación. Pero, las emociones también pueden combinarse entre ellas, produciendo de ese modo un rango de experiencias más amplio, por ejemplo:

  • Esperanza y alegría, unidas se convierten en optimismo.
  • Alegría y aceptación se convierten en cariño.
  • Desengaño por el contrario, es una mezcla de sorpresa y tristeza.
  • Etc.

Los sentimientos

Al hablar de los sentimientos, hay que tener claro que “sentir no es eso que uno piensa”,… eso es pensar. Algunos autores recomiendan “despensar” un poco la idea de los sentimientos, para poder aproximarse a su sensación, a lo que son en sí mismos.

Cualquier pretensión de definir los sentimientos (según se puede constatar al consultar el diccionario), caerá en una serie de vaguedades, que en el mejor de los casos darán cuenta de que “el objeto” que se pretende definir no es un evento u objeto concreto y discreto, sino “algo” que puede confundirse con todo y que puede describirse de todas las maneras …, como si cada sentimiento que se intentase describir resultase ser todos los otros sentimientos.

De manera que, al hablar de los sentimientos, tendremos que intentar aislarlos conceptualmente mediante una operación mental para tratar de definirlos. Ya que normalmente los términos emoción y sentimiento en el lenguaje coloquial (e incluso en el científico) se utilizan casi como sinónimos (por ejemplo, una persona podría decir que tiene un sentimiento de tristeza, pero al mismo tiempo referirse a la tristeza como una emoción).

Hay otros autores que consideran sentimiento y emoción como conceptos interrelacionados, para ellos los sentimientos son el resultado de las emociones.

La palabra sentimiento aunque viene del verbo “sentir” se refiere a un estado de ánimo afectivo, por lo general de larga duración, que se presenta en el sujeto como producto de las emociones que le hace experimentar algo o alguien.

Un ejemplo para ver la diferencia entre emoción y sentimiento sería ver lo que ocurre al recibir “aparentemente un regalo”:

La emoción nace de manera espontánea debido a un estímulo (el regalo), a continuación surge una valoración primaria o automática de ese estímulo que puede ser: indiferencia, agrado, daño, beneficio. De manera que, la emoción es aguda y pasa rápida … pero “lo que queda o a lo que incita” puede convertirse en sentimiento.

Las pasiones

Podríamos definir pasión como la inclinación, preferencia, o deseo que puede llegar a suponer una perturbación. Las pasiones son afectos desordenados, aficiones vehementes, o inclinaciones fuertes hacia alguien o algo.

Distintos autores expresan en sus obras lo que son las pasiones con diferentes formulas:

“Las pasiones humanas son un misterio (…) Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido, no pueden comprenderlas …” – Michael Ende, La historia interminable (siglo XX)

“El amor y el odio, esas dos inclinaciones naturales a las que remitir todas las demás, no merecen por sí mismas el apelativo de inclinaciones viciosas. No se convierten en ello sino por la mala cualidad de los objetos hacia los que las dirigimos” – Killerin, Memorias de una ilustre familia de Irlanda (siglo XVIII)

“Las pasiones son entre los hombres vientos necesarios para ponerlo todo en movimiento” – Fontenelle, Diálogo de los muertos (siglo XVII)

“El hombre esta dotado de las pasiones para actuar y de la razón para gobernar sus acciones” – Voltaire, Cartas filosóficas (siglo XVII)

Respecto de las pasiones y los pensamientos, en ocasiones ocurre que la adhesión de un pensamiento a una pasión hace que esta vaya aumentando, como si el pensamiento “diese de comer a la pasión”, de forma que la incrementa. Por lo tanto, si queremos evitar que una pasión crezca deberemos tener una actitud vigilante sobre el pensamiento.

La distorsión cognitiva (como fijación de un pensamiento) que produce la adhesión a una pasión, puede hacer que la persona no vea nada más que aquello que es el objeto de su pasión (de manera que no verá las flores del jardín, sólo el columpio roto).

También es importante considerar respecto de los desordenes en la afectividad, que hay emociones que empiezan en el cuerpo y terminan en el alma y otras que empiezan en el alma y terminan somatizándose. Así, para conducirnos de manera adecuada a nivel afectivo, deberíamos intentar averiguar el origen de nuestros afectos y no únicamente dejarnos arrastrar por ellos.

Respecto de la racionalidad y la afectividad, en ocasiones surgen problemas en las personas, cuando la racionalidad y la afectividad se encuentren enfrentadas. Esos problemas se acentúan más cuando la persona está reducida sólo a dos de sus tres dimensiones, la física (biología) y la psíquica (sentimientos y emociones) olvidando su dimensión trascendente (pensamiento y voluntad).

El modo de integrar todas las dimensiones parece encontrarse en lo que se designa el “centro absoluto” de la persona. Ese centro o mismidad impregna totalmente al ser y es absolutamente necesario, ya que es ahí, donde se integra por entero la persona.

Según E. Mournier (siglo XX):

“La existencia personal se ve siempre disputada, entonces, por un movimiento de exteriorización y un movimiento de interiorización, ambos esenciales, y que pueden ya enquistarla, ya dispersarla … No hay que despreciar la vida exterior, sin ella la vida interior enloquece, así como también, sin vida interior, la primera, por su parte, desvaría

Respecto de la afectividad y las relaciones interpersonales, sabemos que el hombre va conformando su biografía en función de sus elecciones y de los actos que de ellas se derivan, pero no podemos olvidar en esa biografía de cada uno, la importancia que tienen las relaciones que establecemos con “los otros”.

En ocasiones y ante determinadas situaciones debido a la afectividad y la confianza que “los otros” depositan en nosotros se puede llegar a conseguir “descentrarse” para poder avanzar, es decir, la confianza de los demás hace que se pueda apuntar más allá de su propia experiencia, hacia algo de lo que conscientemente podemos no sentirnos capaces. En esos casos, es “el otro”, (el amigo, el compañero …) quién con una palabra de aliento, de apoyo y confianza en nosotros, se convierte en una fuerza que nos lleva a traspasar nuestros propios límites.

Para entender lo que es “descentrarse por el otro”, pensemos en el niño que aprende andar, lo hace cuando se descentra de él mismo para concentrarse en los brazos acogedores que le están esperando “un-paso-más-allá” y que confían en qué será capaz de darlo.

Respecto de la afectividad y la toma de decisiones, al ser la afectividad la que forma y consolida la orientación de nuestras decisiones y acciones, podemos afirmar, que la “actitud afectiva” es constitutiva de todo acto humano, ya que el ser humano está permanentemente decidiendo.

Hay que considerar la importancia de la toma de decisiones y las consecuencias que puede tener la postergación de una decisión adecuada (fenómeno llamado procrastinación). Es decir, dejar de tomar una decisión (dejarla para más tarde), puede conllevar que no llegue a producirse (ej. el enfado con un familiar que no se resuelve, puede que con el tiempo se “enquiste” y lleve a un resentimiento que lesione definitivamente la relación).

Respecto de la toma de decisiones es muy importante:

  • Darse cuenta de cuando hay que decidir.
  • Distinguir entre las elecciones que son reales y las que son imposibles, por no estar basadas en posibilidades reales, sino en ilusiones (no puedo ser astrofísico, sino me gusta la física).

Según García Hoz (1994), el procedimiento “adecuado” para la toma de decisiones puede ajustarse a las siguientes etapas:

  1. Tiempo de premeditación:
    • Precisando lo que se desea
    • Precisando por qué se desea
  2. Establecer un plan de realización, considerando las posibilidades reales de llevarlo a la práctica.
  3. Tomar la decisión de hacerlo de forma irrevocable, diciendo “no” a cuanto lo estorbe.
  4. Preimaginar la acción.
  5. Animarse a sí mismo continuamente (“puedo hacerlo y lo haré”…) y acariciar el ideal (“lo que voy a hacer merece la pena”…)
  6. Ejecutar lo propuesto sin demora, cuidando los detalles, y si se produce el fracaso, no cansarse y volver a empezar.

“Los intentos son muy a menudo más valiosos que el éxito” – Sacristán, 1988

Respecto del modo de “administrar” la afectividad, en relación con los sentimientos, sabemos que la aparición o desaparición de los mismos no es totalmente voluntaria (enamorarse es algo que pasa sin previsión). Y por esa razón es preciso “administrar” de alguna manera nuestra afectividad, no podemos tener la pretensión de ir enamorándonos todos los días de cualquier persona que pase por nuestro lado, pues en ese caso serían los sentimientos quienes gobernarían nuestra vida, y no nosotros a ellos.

En la misma línea, y hablando de la necesidad de control de los sentimientos, cuando nos referimos a los desengaños amorosos tampoco se debe perder el control, también hay que “administrarse”. En esa situación de desamor, está claro que uno quisiera olvidar pero no puede, sufre y siente un dolor que desde luego no es voluntario, pero deberíamos saber vivirlo sin abandonarnos, ni dejarnos dominar…, es decir, debe intervenir la razón.

Sabemos que los sentimientos pueden ser irracionales en su origen, pero también que se puede conseguir cierta armonía entre ellos y la razón, la virtud que nos puede ayudar a dominarlos es la voluntad y la templanza.

¿Qué es la templanza?

Del latín temperantia, está relacionada con la moderación de carácter (con el manejo adecuado de los recursos, evitando excesos y carencias…).

Refleja el equilibrio entre las emociones y los impulsos (es el dominio de la voluntad que permite poner límites a los deseos, para poder reconocer cuáles son sus necesidades reales, las “adecuadas”…).

La templanza dota a los seres humanos de libertad, ya que impide el surgimiento de vicios o el sometimiento a los impulsos y pasiones.

Reflexión sobre los sentimientos en el ser humano

  • Ocupan un lugar fundamental en la vida.
  • Conforman la vida anímica e íntima.
  • Impulsan o retraen la acción.
  • Pueden ir a favor e incluso en contra de lo que uno quiere.
  • No los podemos controlar a no ser que nos empeñamos en educarlos.
  • La vivencia subjetiva de la felicidad está estrechamente relacionada con el modo de sentir (estar a gusto o a disgusto, sentirse lleno o vacío existencialmente … )
  • La falta de control de los mismos puede producir distintas patologías: psíquicas, morales o de comportamiento, que pueden llegar a somatizarse. Por ejemplo:
    • el miedo a equivocarse genera inhibición y la persona acaba por no actuar…
    • el miedo a engordar puede provocar anorexia, y mezclarse con problemas de autoestima…
  • Etc.

Para acabar de entender la filosofía de los sentimientos humanos debemos hablar de los estratos interiores del hombre, los que conforman ese “centro de orientación”.

Podemos diferenciar entre:

  1. Tendencias instintivas.
  2. Afectos, gustos, aficiones, intereses, aspiraciones e ideales.
  3. Amores personales.
  4. Tendencias espirituales innatas.

Tendencias instintivas

Son inclinaciones del subconsciente que afloran en la consciencia, y aunque tienen un fondo congénito son en parte modificables.

Podemos hablar de tendencias primarias (no somos indiferentes a la comida, a la bebida, al sexo, al malestar, al frío, nos mueve el instinto de supremacía, la irritación ante el competidor, el miedo al peligro), algunas de las cuales garantizan la supervivencia propia y de la especie, son como avisos generales de necesidades (sentimos hambre, sed, ganas de toser, de cambiar de posición, malestar, incomodidad, dolores, etc.) y al sentir esos avisos actuamos para solucionarlos (comemos, bebemos, cambiamos de posición, facilitamos la circulación de la sangre o la respiración, buscamos la causa del dolor, etc.) A veces, esas tendencias son excesivas o patológicas, en ellas intervienen factores fisiológicos muy complejos de los que apenas somos conscientes, simplemente sentimos un “impulso” que nos inclina en una dirección. Cuando esos “impulsos” nos dominan o son desproporcionados se les llama “pulsiones”.

Las pulsiones son movimientos instintivos tan fuertes que pueden llegar a dominar la conciencia y privar de libertad creando dependencias (como sucede en el caso de la droga, las obsesiones sexuales, el alcohol o los juegos de azar). Además, por curiosos mecanismos fisiológicos el cuerpo se acostumbra y necesita esos estímulos, produciéndose en su ausencia “síndromes de abstinencia”.

Afectos, gustos, aficiones, intereses, aspiraciones y diferentes ideales

Una parte de ellos, nos viene dada por nuestra inserción social, ya que nuestro entorno nos transmite continuamente valoraciones por la educación, información, imitación o condicionamiento:

  • El ser humano es muy sensible a las valoraciones de su entorno, a lo que cae mal o bien, a lo que está de moda. De modo que, dichas valoraciones sociales ejercen una presión considerable sobre cada persona, el ser humano es “mimético“, siente alegría al recibir lo que los demás aprecian, y siente horror de tener algo que los demás detestan.
  • Aprendemos que unas cosas son muy estimadas y otras no, unas cosas son bien vistas, y otras no tanto, que todos nos envidiarán si conseguimos algo concreto, o que nos evitarán si tenemos lo contrario, todo ello se deposita en nuestra estructura de afectos.
  • Aprendemos a dar crédito o no darlo a lo que nos dicen determinadas personas y no otras.
  • Además, desde la infancia nos educan para querer unas cosas y rechazar otras.

Otra parte de nuestros gustos y aficiones se forman por nuestra experiencia personal, de acuerdo con las satisfacciones o insatisfacciones que determinada situación nos ha producido, por ejemplo: adquirimos afición por el cine y manía al pescado.

También en nosotros hay algo parecido a los reflejos condicionados de los animales, aunque con una fuerte mediación de la inteligencia. Nuestra sensibilidad se modela con los “premios” y “castigos” de experiencias anteriores: los bienes que nos han proporcionado más satisfacción (premios) son queridos con una intensidad reforzada, y huimos “instintivamente” de las cosas que nos han producido molestias o sufrimientos (castigos). Nos interesa el dinero, la fama, ser conocidos, el fútbol, el esquí, los perros… depende de las satisfacciones que hayamos encontrado.

Por otro lado, como somos seres inteligentes, también somos capaces de proponernos fines o asumir ideales para nuestra vida, esa determinación puede entrar a formar parte y configurar nuestro sistema de preferencias, convirtiendo esos fines en “nuestros amores” (de manera que podemos decidir aprender a tocar el piano, jugar a la video consola, o ser arquitectos), en nuestra mano está…

El ser humano (a partir de un cierto momento) con su inteligencia y voluntad puede descubrir muchos más bienes que los del instinto ya que interviene de forma consciente en el proceso de valoración y decisión.

Recordemos la interesante visión del filósofo empirista J. Locke, (siglo XVII), cuya obra más famosa es “Ensayo sobre el entendimiento humano”:

  • El afán de aprobación y estima social es el factor que mueve a los hombres y ese afán garantiza el autodominio por el deseo de poseer dicha aprobación. Por cierto, señala el filósofo, los niños son muy sensibles a ese afán de aprobación.
  • El filósofo también señala la importancia del sentimiento de honor para el ser humano, merced al cual un simple reproche puede ser más eficaz que un castigo.
  • También afirma que las penas corporales infringidas a los hombres les enseñan a someterse a la violencia antes que a la razón.

Amores personales

Son las relaciones de afecto con otras personas: padres, amigos, pareja, etc. De este aspecto ya hemos hablado en el bloque IV.

Estamos dotados naturalmente para poder relacionarnos con otras personas, por las que somos capaces de sentir simpatía, aprecio, compasión, solidaridad, agradecimiento, ternura, etc.

Como consecuencia del trato humano siempre se producen amores y afectos (o también, odios y rencores). Así, el trato y el intercambio de intereses con otras personas conduce a formar vínculos y lazos de afecto (o sus contrarios, recelos, rencores y odios).

Tendencias “espirituales innatas”

Podríamos decir que son los anhelos o la necesidad de conocer y defender la verdad, el amor y la justicia que cada hombre tiene.

Estas tendencias son la parte más noble del hombre, parten de su “corazón”, del “centro” o del “adentro”. Esa parte noble, es la que busca, se alegra y reconforta ante los bienes espirituales, cuando “llega a entenderlos, y le hacen entender”, llenando a la persona que los tiene de un importante grado de plenitud, cuando encuentra las respuestas a las preguntas que previamente se ha planteado.

Dinámica afectiva y armonía psíquica

Es importante considerar que son las dimensiones apetitivas y la voluntad del hombre ayudadas por los sentimientos las que dirigen sus fines. Y dada la importancia de esa afirmación y lo arduo que es en ocasiones conseguir dichos fines, es fundamental alcanzar la coordinación entre ellas.

De modo que para conseguir “La vida lograda” (término utilizado por A. Llano para el titulo de su libro), y la plenitud de desarrollo de todas las dimensiones humanas es necesaria la armonía entre su interior y su exterior, el equilibrio dinámico entre todas las facultades del hombre.

Cuando desgraciadamente no se consigue ese equilibrio pueden llegar a darse desarmonías como:

  • Una vida centrada en lo racional que olvida los sentimientos estará falta de equilibrio y armonía.
  • Una vida voluntario-afectiva, pero desconocedora y sin interés del “por qué” de las cosas tampoco estará completa.
  • Una vida obsesionada por lo sentimental, conllevará la pérdida del control sobre la propia existencia.

La mejor manera de lograr esa armonía, ese equilibrio dinámico, es encargar a la razón (facultad de pensar) y la inteligencia (facultad de conocer) el mando sobre el resto de las dimensiones humanas. Son la inteligencia y la razón (nuestras facultades superiores y distintivas) las que conscientes de nuestro proyecto de vida deben dar sentido al camino para conseguirlo.

Debe ser la razón la que dirige la acción, para que las tendencias y los sentimientos no crezcan en exceso y lleguen a producir desequilibrios. La medida de las tendencias afectivas en el hombre, la proporciona la razón, porque ellas no se miden a sí mismas. En ese sentido Platón afirma: “el hombre inteligente debe hablar con autoridad cuando se trata de dirigir su propia vida”.

Parece que el mejor modo de conseguir armonía y equilibrio es tener un objetivo o un fin que unifique las tendencias. Hablamos del fin o de los objetivos predominantes que son los que dan sentido a todas las demás acciones.

Desde esa consideración, hay que señalar el elevado índice de enfermedades psíquicas que existen en nuestra sociedad debido a que muchas veces no se alcanza esa armonía, a menudo porque no existen objetivos a los que dirigirse, o porque la razón queda anulada por las tendencias instintivas (la armonía y la salud psíquicas dependen del adecuado control de las tendencias instintivas y de los sentimientos).

¿Qué se puede hacer cuando se ha perdido la armonía y se ha instalado la enfermedad psíquica?

A grandes rasgos podemos hablar de tres respuestas: la técnica-farmacológica, la racional, o la tendencia defendida por el humanismo clásico.

Respuesta Técnica/Farmacológica

Desde esta respuesta, se considera que los problemas afectivos y el estado psíquico en general, se pueden controlar y mejorar técnicamente mediante la medicina, la psiquiatría, los fármacos, etc.

Esto ocurre cuando se da mucha importancia a la técnica médica. Se puede pensar que cualquier problema humano se puede solucionar con ella, y eso no siempre ocurre… Solo si se considera el cuerpo una máquina que de vez en cuando necesita una reparación. Lo cierto es que en ese sentido, la industria farmacéutica ha crecido enormemente en el campo de los antidepresivos, ansiolíticos, etc., en busca de los remedios rápidos …, aunque no son siempre eficaces cuando sólo eliminan la sintomatología y no la etiología primera.

Está comprobado que en ocasiones, se debe recurrir a procedimientos que están más allá de la pura técnica y que se dirigen a “la persona”, porque la imagen de máquina no hace justicia a esa compleja unidad que es el hombre. Hay problemas íntimos o psicológicos, por los cuales la farmacología no puede hacer demasiado, porque no todos los males se curan con fármacos, sino que algunos requieren la intervención de la voluntad, de la libertad, de la disposición de las fuerzas propias del sujeto que no son manipulables con factores meramente externos.

Para curar hay veces que hace falta la psicoterapia, cuando se trata de la curación del interior o del alma, en esas ocasiones la receta fundamental es el diálogo, y aunque a veces se puede curar con ayuda de fármacos, eso no ocurre siempre. Hay que ayudar al paciente a que sea capaz de reconocer su propio reino interior, ya que la solución puramente técnica en la mayoría de ocasiones no es suficiente para lograr la armonía.

Respuesta exclusivamente Racional

Desde esta tendencia se afirma que el control afectivo y tendencial es pura y absolutamente racional y voluntario y que basta el imperio de la razón y de la voluntad dominadora “para mantener” a los sentimientos y las tendencias.

Algunos ilustrados sobre todo del siglo XVII, creyeron que todos los problemas del hombre se arreglarían mediante una ciencia racionalista y abstracta, que permitiría deducir y solventar como quien resuelve un problema de geometría la solución para los problemas morales, psicológicos o sociales.

Esa visión tiende a minusvalorar la afectividad, la sensibilidad, y el inconsciente …

Tendencia defendida por el humanismo clásico

Desde esta tendencia se aboga por la educación de la voluntad, sentimientos y los apetitos para tratar de conseguir la armonía psíquica.

La educación de la voluntad se realiza mediante la adquisición de hábitos y el aprendizaje, que van dirigiendo las diversas facultades hacia un objetivo que la razón es la encargada de señalar. La razón es la que nos hace dirigir la mirada hacia un fin (lo práctico y lo determinante es el fin), y el fin es también el principio de la acción (será desde la razón y la voluntad desde donde se tome la decisión de acostumbrar las tendencias para conseguir la armonía).

Esta tendencia, también sostiene que la armonía no está asegurada, es decir, la hegemonía de razón y voluntad puede no darse. Además, hay que tener en cuenta que la armonía puede perderse por el mismo procedimiento, es decir, dejando sin control las tendencias. Este planteamiento da una gran importancia a “las costumbres”, y la virtud, entendiéndolas como los “hábitos de vida buenos”.

La armonía en gran medida está en manos de cada sujeto, de las cosas que haga o que consiga, por tanto para alcanzar una vida lograda, lo fundamental será la educación de los sentimientos, las tendencias, y de la persona en su conjunto. La educación en ese sentido, consiste en la tarea de poner objetivos a las instancias humanas, acostumbrándolas a practicar aquello que conduce a los fines propuestos.

¿Cuál es el camino para alcanzar “esa armonía”?

Consiste en tratar de alcanzar un punto medio de equilibrio respecto a los sentimientos, es decir, tener los sentimientos adecuados respecto a los objetos adecuados, con la intensidad y el modo adecuados. Ese “modo adecuado de tener” depende de las habilidades o hábitos que vaya adquiriendo cada persona.

Podemos nombrar algunos ejemplos:

  • la cobardía es el miedo excesivo y exagerado, que lleva a no actuar.
  • la temeridad es la inconsciencia, no temer a nada, ni siquiera a lo que se debe.
  • la valentía es el punto medio, temer lo que se debe, cuando se debe, con la intensidad que se debe.

O bien:

  • el carácter colérico es el de aquél que se enfada por todo.
  • la indolencia es el carácter de aquél que todo le da igual y no se enfada ni siquiera cuando debería.
  • la justa indignación es enfadarse sólo cuando y como la ocasión lo merece.

También:

  • la desvergüenza es característica de quien es un sinvergüenza.
  • la timidez es propia de quien se avergüenza de todo, incluso cuando no hay motivo
  • el pudor es avergonzarse del modo debido, por aquello que es realmente vergonzoso.

Podemos insistir en que equilibrio interior y armonía psíquica es el único modo de ser feliz, y el método más eficaz para alcanzar la armonía psíquica es la educación de los sentimientos. Pero lo que sucede, es que la plenitud humana implica libertad y al nombrarla tocamos el núcleo de la condición humana, aquella profundidad siempre insondable, que culmina lo dicho hasta ahora y que justifica lo que seguirá: el carácter personal del hombre y su capacidad de autodeterminarse, de elegir y de construirse, que nos lleva de nuevo a la afirmación de que cada ser humano en algo único e irrepetible.

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