Antropología filosófica personalista

Personalismo

El personalismo es un movimiento cuyo pensamiento se basa en la idea de que el hombre es “el valor absoluto”.

Esta corriente considera a la persona como un ser autónomo pero sin dejar de ser social, libre, trascendente y con un valor en sí mismo que le impide convertirse en un objeto.

El personalismo afirma la dualidad ontológica de la persona (cuerpo y alma).

Algunos de los temas a los que concede especial relevancia son: la irreductibilidad del sujeto personal, la afectividad, la libertad entendida como autodeterminación, las relaciones interpersonales, la conversión continua de la persona, el compromiso activo con la realidad social y su apertura intrínseca a la trascendencia.

La filosofía personalista

La filosofía personalista surge en Europa históricamente en la primera mitad del siglo XX (periodo entre guerras), con el objetivo de ofrecer una alternativa al individualismo y al colectivismo:

  • Frente al individualismo que exalta a un individuo meramente autónomo, remarca el deber de la solidaridad del hombre con sus semejantes y con la sociedad.
  • Frente al colectivismo, que supedita la persona a valores abstractos como la raza o la revolución, remarca el valor absoluto de cada persona concreta e individual.

El personalismo pues, se constituye como lo contrario al colectivismo, donde el sujeto se convierte en número, y como lo contrario al individualismo, que nos vuelve incapaces de comunicarnos entre nosotros mismos como entidades inexorablemente relacionadas entre sí.

Posteriormente se consolida como filosofía manteniendo como tesis central que la noción de persona constituye la categoría arquitectónica esencial de la antropología.

Entre los principales autores personalistas tenemos:

  • Emmanuel Mounier (1905-1950):“Manifiesto al servicio del personalismo”; “El Personalismo”
  • Gabriel Marcel (1889-1973): “Ser y tener”, “Diario metafísico”, “Los hombres contra lo humano”
  • Jean Wahl (1888-1974): “Estudios kierkegaardianos”
  • Jean Lacroix (1900-1986): “Persona y amor”, “El personalismo como anti ideología”
  • Paul-Ludwig Landsberg (1901–1944): “Experiencia de la muerte”.

El personalismo incluye además de los anteriormente citados un importantísimo conjunto de filósofos que han acumulado un legado cultural de enorme riqueza: Martin Buber, Maritain, Nédoncelle, Pareyson, Edith Stein, Emmanuel Lévinas, Karol Wojtyla, Romano Guardini, Julián Marías, Ricoeur, Xavier Zubiri y Dietrich Von Hildebrand.

Emmanuel Mounier

Nace en la localidad francesa de Grenoble el 1 de abril de 1905.

Muere en 1950, cuando aún no ha cumplido los 45 años de edad.

Cursó estudios de filosofía en su ciudad natal y posteriormente en París.

Fue el impulsor de la corriente de pensamiento cristiano llamada personalismo.

En 1932 funda la revista Esprit, de la que será director.

Emmanuel Mounier

Para Mounier el hombre es cuerpo, pero también es espíritu. El hombre no puede existir sin el cuerpo, ciertamente, pero es el reconocimiento de su espíritu el que completa su identidad.

Mounier expresa en su obra El Personalismo (Cap. “La Comunicación”) que la persona se mide por sus actos originarios. El autor esbozó los cinco puntos que se hacen necesarios para que pueda llegar a desarrollarse una sociedad personalista y comunitaria. Se trata de:

  • Salir de sí mismo; esto es, luchar contra el “amor propio”, que hoy denominamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.
  • Comprender: Situarse en el punto de vista del otro, empatizar; acoger al otro en su diferencia.
  • Tomar sobre sí mismo, asumir, en el sentido de no sólo compadecer, sino de sufrir con la pena, la alegría y la labor de los otros.
  • Dar, sin reivindicarse como en el individualismo pequeño burgués. Una sociedad personalista se basa en la donación y el desinterés.
  • Ser fiel, considerando la vida como una aventura creadora, que exige fidelidad a la propia persona.

A Emmanuel Mounier se le considera el fundador de la filosofía personalista pues definió sus contenidos principales y generó el movimiento cultural que posteriormente se transformó en escuela filosófica.

En el prefacio de su obra “Manifiesto al Servicio del Personalismo” define específicamente al personalismo, en términos que se refieren a la doctrina personalista como propia de “toda civilización que afirma el primado de la persona humana sobre las necesidades materiales y sobre los mecanismos colectivos que sostienen su desarrollo”.

El “personalismo” no propugnaría una filosofía de la historia, ni una antropología, ni una teoría política, sino que se tiene a sí mismo por un movimiento de acción social de tipo cristiano que une fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual de raíz metafísica (para algunos teológica) sobre el sentido trascendente de la vida. En ese sentido se puede decir que los personalistas no se consideran como militantes de un sistema o de una ideología sistémica, sino que asumen el personalismo como una “orientación” de la vida en sentido comunitario.

Así el “personalismo” consiste, más que en una teoría cerrada, en una “matriz filosófica” cristiana, o una tendencia de pensamiento dentro de la cual son posibles matices muy diversos pero que tiene en común asumir la perspectiva creyente y la condición dialógica de la persona, es decir, la apuesta por el diálogo comunitario, como condición que hace posible la filosofía.

Para comprender su propuesta es necesario asumir, casi como un axioma, o como una regla de vida, que “persona” significa mucho más que “hombre”, e incluso llega a simbolizar precisamente lo contrario de “individuo”.Textualmente, Mounier afirma sobre la persona:

“Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla, por añadidura, a impulsos de actos creadores la singularidad de su vocación”.

Algunos rasgos de la filosofía personalista

La característica definitoria de toda filosofía personalista es que el concepto de persona constituye el elemento central de la antropología y el resto de las dimensiones humanas se establecen en dependencia del concepto de persona.

Partiendo de esa base, imprescindible en cualquier filosofía personalista, se pueden señalar, además, las siguientes características:

  • Inequívoca distinción entre cosas y personas, además de la necesidad de tratar a éstas últimas con categorías filosóficas propias.

    La persona es esencialmente distinta de los animales y de las cosas e incluso en aquellas dimensiones en las que pueden parecer más similares, como las físicas o sensibles, difieren profundamente. Por eso, necesita unas categorías filosóficas propias y exclusivas.

  • Carácter autónomo, originario y estructural de la afectividad.

    El personalismo estima que la afectividad es una estructura esencial, originaria y autónoma de la personas y que, al menos en algunos aspectos, posee una dimensión espiritual.

  • Relevancia de la libertad y el amor.

    Aunque la inteligencia es una realidad fundamental en la vida del hombre, para el personalismo no es la potencia fundamental; por encima del conocimiento están los valores morales y religiosos o, en términos de potencias, la libertad y el corazón, de quien dependen las decisiones morales y la capacidad de amar.

  • Corporeidad. Sexualidad. El hombre como varón y mujer.

    Otro elemento característico del personalismo es la tematización de la corporeidad humana. Su consideración global de la persona y su acercamiento fenomenológico al cuerpo humano le permite descubrir la riqueza de matices y la importancia que tienen todos los aspectos corporales.

Los personalistas Lacroix, Nédoncelle, Marcel, Buber, Lévinas, y sobre todo Mounier, hicieron hincapié en la distinción persona-individuo. Coincidiendo en la consideración de la persona en su singularidad y en su dimensión comunitaria a la vez, pero sobre todo desde la perspectiva de su dignidad.

En ese sentido, se puso de manifiesto que siempre que hay deshumanización “la persona se degrada en individuo”. Merced a esa reducción el individuo se cierra y se repliega sobre sí mismo, en una autodisolución que proviene de la soledad que él mismo se crea. Deviene entonces en el estado de “individuo abstracto y paseante solitario, sin pasado, sin porvenir; sin relaciones […] soporte sin contenido de una libertad sin orientación”, estado que le conduce al vacío existencial, la desesperación y la angustia.

Mounier llama individuo “a la dispersión de la persona en la superficie de su vida y a la complacencia de perderse en ella”. El estado natural del individuo es la dispersión y disolución de su persona en las cosas o en su activismo, sin encontrar sentido en la vida, sin horizonte existencial, y sin vínculos personales.

Se repliega sobre sí, narcisista, y su actitud básica en la vida es la de poner su seguridad en las cosas. Es, en definitiva, “un hombre abstracto, sin ataduras ni comunidades naturales, dios soberano en el corazón de una libertad sin dirección ni medida, que desde el primer momento vuelve hacia los otros la desconfianza, el cálculo y la reivindicación”.

A diferencia del individuo, la persona es definida por Mounier como señorío, elección, generosidad, superación, desprendimiento.

Frente a la autodestrucción del individuo en la soledad, la persona se construye mediante el compromiso. Por su compromiso con la vida y la existencia personal y comunitaria la persona encuentra su vocación y hace su destino, de tal manera que ninguna otra persona puede usurparle esta tarea. Tarea que realiza dándose, comunicándose a otros, sin caer en la tentación del repliegue, y mediante esa comunicación se abre a la comunidad. Así entendida, la persona genera comunidad, “pues no se encuentra sino dándose”.

La rehumanización, movimiento contrario a la deshumanización, sería una recuperación de la persona purificándola de lo individual, una reconversión de individuo a persona, paso que comienza con la toma de conciencia de que su esencia estaba perdida en el exterior, expulsada de sí misma.

Esta rehumanización supone una auténtica conversión, un cambio de ideal en la mente y en el corazón, una nueva dirección del rumbo existencial que opta por los valores que hacen crecer a la persona. Sería un movimiento que va de lo externo, distante y superficial a lo cercano, lo íntimo y lo profundo.

Por otra parte, ocultar o maquillar los sentimientos de culpa o el vacío de una vida sin sentido no soluciona los problemas existenciales de las personas. Antes bien, para salir de la deshumanización y reconstruir de nuevo su “paisaje del alma”, la persona no necesita anestesiar sus responsabilidades personales con antidepresivos farmacológicos, lo que necesita sobre todo es crear un horizonte de sentido y un sistema de valores. Y, desde otra perspectiva práctica, necesita alejarse de los dictados del mercado que postergan y cosifican a la persona convirtiéndola en mercancía susceptible de compraventa, si quiere pasar del sujeto-masa, o del sujeto-función, a ser persona-persona.

El hombre es “persona”, es decir, conciencia interior más allá de la materia. Y esa conciencia es, además, relacional, es decir, está abierta a lo religioso. En otras palabras, en cuanto “persona” el hombre no es sólo cuerpo sino también alma.

Alma y cuerpo para la filosofía

La filosofía personalista “se posiciona con firmeza cuando expresa con Mounier la profunda imbricación de lo corporal y lo espiritual:

“no puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo; estoy expuesto por él a mí mismo, al mundo, a los otros; por él escapo a la soledad de un pensamiento que no sería más que pensamiento de mi pensamiento”.

Así el estado de cosas, podríamos hablar de que la conciencia de la persona tiene dos dimensiones:

  • Una por la que nos damos cuenta de lo que nos acontece y de nuestros actos
  • La otra la más importante, por la que vivimos interiormente.

Ambas se implican mutuamente en la existencia real por lo que puede ser difícil distinguirlas, pero un análisis atento nos muestra con claridad la línea sutil que las separa como sucede cuando, al contemplar un paisaje, somos conscientes de que estamos contemplándolo y vivimos interiormente esa contemplación.

Frente a las posturas teóricas que consideran lo físico y lo mental como dos cosas totalmente diferentes, sólo unidas accidentalmente en el hombre, el “Realismo Personalista” retoma el pensamiento: “la unión indisoluble de alma y cuerpo”.

Consecuencias de esta postura:

  1. El personalismo no limita en nada la idea de una “ciencia de la materia”. Pero, aunque todos los fenómenos humanos tengan alguna base o correlato material, el hombre sigue siendo un ser natural humano; sin los valores y estructuras personales, que han surgido de la naturaleza, tampoco se pueden entender los fenómenos humanos más elementales, “también lo espiritual es una infraestructura”
  2. El personalismo no es un espiritualismo (ni un “moralismo”), ambos “impotentes porque descuidan las servidumbres biológicas y económicas”. Lo material “existe con una existencia irreductible, autónoma, hostil a la conciencia”: esto es puro realismo. “Yo existo subjetivamente, yo existo corporalmente, son una sola y misma experiencia. No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo”
  3. En el plano de la acción se puede considerar que antes de atender a lo moral o espiritual, hay que tener en cuenta los factores biológicos y económicos. En cambio el personalismo afirma que esa tesis es discutible, y en cualquier caso hay atender tanto a las dimensiones materiales como a las espirituales.

A mitad de camino, entre el tratamiento mounierano de dos binomios, cuerpo/alma y yo/tú (amor y comunicación), procede hacer referencia al modo en que los abordan y relacionan dos filósofos más recientes:

  • el judío lituano E. Lévinas (1906–1995, de la misma generación que Mounier, que se desvinculó del movimiento personalista sin dejar de mantener su impulso original);
  • y el filósofo moral A. MacIntyre (1929, que nada tiene que ver, en principio, con la tradición personalista, pero que relaciona ambos binomios con la misma claridad).

Lo que en ambos podemos ver no es la relación cuerpo/alma (término éste prácticamente ausente del pensamiento actual), sino:

  • la dignidad del cuerpo,
  • su contenido moral y antropológico y
  • su primaria relación con la reciprocidad y dependencia interhumanas.

Yo y tú: el amor. La comunicación

Respecto al amor en el personalismo, la persona está esencialmente ordenada a la relación intersubjetiva ya sea de tipo interpersonal familiar o, más amplia, interpersonal social. Esto significa que, al igual que el amor, la categoría de relación es esencial para la persona durante toda su vida. Desde su gestación en el seno materno hasta el final de sus días. Además, desde el personalismo se cae en la cuenta que la relación con los demás es un medio privilegiado del propio desarrollo personal, hasta el punto de convertirse en condición sine qua non.

Estamos en presencia de una filosofía cuyo punto de partida es el mismo que el de llegada: el amor. El amor es para Mounier la certeza más fuerte del hombre.

El personalismo considera que la afectividad es tan esencial a la persona como la inteligencia y la voluntad.

Dietrich von Hildebrand, filósofo y teólogo católico alemán (1889-1977), parte de la afirmación de que la tradición filosófica había asignado a la afectividad humana y a los sentimientos un papel secundario, inferior al de la inteligencia y de la voluntad, porque toda la esfera afectiva fue asumida, en su mayor parte, bajo el capítulo de las pasiones, y siempre que se considera la afectividad en este capítulo específico, se insiste en su carácter irracional y no espiritual.

Pero si el amor es lo más esencial de la vida, no tiene sentido que, desde un punto de vista filosófico, sea una cuestión secundaria que quede siempre por detrás, tiene que ser un tema filosófico central, de importancia paralela a la que reviste en la vida.

Respecto al tema del amor, Mounier él mismo advirtió que no amaba a la humanidad, que no trabajaba por la humanidad, sino que amaba a algunos hombres, habiéndole resultado la experiencia tan fértil que por ella se sentía ligado a cada prójimo que atravesaba por su camino. En tal virtud, “persona” y “amor” deberían ser considerados no desde el punto de vista simbólico, o como abstracciones conceptuales, sino como transcendentales y como expresión de la sacralidad de la vida. Por eso mismo el personalismo tiene una profunda vocación pedagógica: se trata no sólo de amar, sino de educar para el amor y la trascendencia a una nueva humanidad. Así educar no consiste en hacer “mejores personas”, sino en “despertar” a la persona, pues para Mounier una persona se suscita por una llamada, no se fabrica por “domesticación”.

Conclusión

Desde Mounier se ha insistido en que el personalismo no es estrictamente un sistema filosófico sino un intento por resolver la crisis que ha abierto el siglo XX en el hombre occidental. La afirmación mounieriana de que el personalismo “supone un esfuerzo total para comprender y superar el panorama de la crisis del hombre del siglo XX”, medio siglo después se ha convertido en profética. Sobre todo, a día de hoy, el personalismo sigue siendo una propuesta filosófica eminentemente práctica, volcada a la solución de los problemas reales del hombre, justamente porque sigue insistiendo en la persona como fundamento de todo humanismo.

La experiencia ha mostrado que la descomposición de las comunidades se establece sobre un hundimiento del ideal personal propuesto a cada uno de sus miembros. El individualismo es una decadencia del individuo antes de ser un aislamiento del individuo; ha aislado a los hombres en la medida en que les ha envilecido.

El pensamiento de Mounier, podríamos decir que se trata de un pensamiento “moralista” que, “toma conciencia del desorden”, como alternativa a un pensamiento mecanicista que conduce a la degradación del hombre, a la insignificancia de lo humano ante la máquina y el dinero.

Para Mounier, la respuesta al ateísmo se encuentra en el necesario “humanismo concreto”. En consecuencia, el principal error del existencialismo “ateo” sería el de definir al hombre como proyecto pero sin prestar atención a las condiciones por medio de las cuales dicho proyecto tiene sentido: el amor, la familia, la comunidad.

Son precisamente esas instancias comunitarias las que evitan caer en la desesperación, en el desarraigo, y nos permiten abrirnos al sentido en un mundo cada vez más cosificado. “Sentido” y “Transcendencia” se descubren como remedios contra la “angustia” y la “desesperación” existencial.

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