Cuestiones existenciales. Anhelos, límites y trascendencia del ser humano
La felicidad como planteamiento
La felicidad es aquello a lo que todos aspiramos, por el mero hecho de vivir. Para los clásicos la felicidad es ese fin, el bien último y máximo al que todos aspiramos, y todos los demás fines, bienes, valores y medios los elegimos para dicho fin.
¿Cómo conseguir la felicidad?
La vida lograda o la felicidad se puede conseguir si hay un fin, un objetivo que unifique afanes, tendencias, amores de la persona, y que dé unidad y dirección a su conducta.
Este complejo tema de la felicidad, se puede contemplar desde una doble perspectiva:
- Exterior (viendo las cosas «desde fuera»), desde la posesión de un conjunto de bienes que significan para el hombre plenitud, calidad, bienestar y perfección.
- Interior (mirando dentro de nosotros mismos), desde una perspectiva existencial y personal.
Aunque, lo cierto es, que ambas se complementan mutuamente.
Ya hemos dicho en otros temas, que vivir es ejercer la capacidad de forjar proyectos y conseguir llevarlos a cabo. Somos felices en la medida en que alcanzamos aquello a lo que aspiramos, el problema es que muchas veces no lo conseguimos.
Si analizamos las causas por las que a veces no conseguimos lo que queremos, podemos encontrar las siguientes:
- Quizá queremos demasiadas cosas…
- Tal vez aspiramos a algo y no luchamos por ello como es debido…
- También puede ser, que aspiremos a algo que realmente no responde a nuestros anhelos de felicidad.
- Por otro lado, y debido a que la pretensión de felicidad es compleja y múltiple, tenemos la sensación de que su realización es siempre incompleta o insuficiente (es muy difícil la sensación de felicidad completa).
Sobre la felicidad podríamos decir, que parece tener un carácter bifronte (de dos caras), constituye el móvil de todos nuestros actos, pero parece que nunca terminamos de alcanzarla del todo.
La felicidad y el sentido de la vida
Vamos a hablar de la felicidad, no tanto como liberación del mal y de la desgracia, sino como forma de alcanzar y celebrar el bien, sin olvidar que:
- Hay gente que no cree en la felicidad, que la considera una ilusión, o un imposible.
- La felicidad es una perspectiva que mira hacia el futuro, pues es en él donde están los bienes que buscamos.
Para estudiar la felicidad desde el punto de vista personal hemos de fijarnos en cuál es el sentido de nuestra vida:
- en las pretensiones de felicidad que tenemos
- en nuestros proyectos e ideales
- el modo en que los realizamos
Una primera condición para aspirar a lo felicitario es no ser un miserable, en la vida humana lo más alto no se sostiene sin lo más bajo, hay unas condiciones mínimas que tienen que cumplirse.
Otra condición, es la consideración de la limitación natural del hombre, temporal, física, moral. La felicidad tiene cierto carácter de meta o fin, pero también está en el camino… Es decir, se puede alcanzar desde la inevitable experiencia de la limitación, y aceptar serenamente esa limitación es condición indispensable.
Generalizando y desde una “perspectiva externa”, la felicidad consiste en la posesión de un conjunto de bienes que significan para cada ser humano plenitud, calidad, bienestar y perfección.
¿Cuál es ese conjunto de bienes que hacen feliz al hombre?
La respuesta sería todos aquellos que constituyen una vida lograda, o una vida buena y esta podría ser una respuesta “bastante objetiva”.
La vida buena para los clásicos es la que contiene y posee los bienes más preciados: familia e hijos, moderada riqueza, buenos amigos, buena suerte para alejar de nosotros la desgracia, fama, honor, buena salud, y sobre todo, una vida nutrida en la contemplación de la verdad y la práctica de la virtud (hoy todavía se puede mantener, que la posesión pacífica de todos estos bienes constituye el tipo de vida que puede hacernos felices).
Resumiendo la vida buena incluiría un cierto estado de bienestar o calidad de vida (que no será idéntico para todos), y unas condiciones materiales que permitan «estar bien», y en consecuencia tener «desahogo» suficiente para pensar en bienes más altos y no andar siempre preocupado por los mínimos de supervivencia.
¿Qué incluye ese estado de bienestar o calidad de vida?
En primer lugar la salud física, psíquica y la armonía del alma.
En segundo lugar, la satisfacción de las diferentes necesidades humanas.
En tercer lugar, contar con las adecuadas condiciones naturales y técnicas en nuestro entorno.
La adecuada instalación y conservación de la persona en esas circunstancias corporales, anímicas, naturales y técnicas, constituyen la condición de calidad necesaria para la felicidad, desde esta perspectiva exterior de la que estamos hablando hasta ahora.
Sin embargo, los bienes que hacen feliz al hombre no son sólo los que consideramos bienes útiles, los que se definen por servir para algo, sino también, y sobre todo, aquellos otros que son dignos de ser amados por sí mismos, porque son de por sí valiosos…
Para hacerse cargo de todo el alcance de la cuestión de la felicidad es preciso ver las cosas además, desde una “perspectiva interior”, es decir, desde dentro de nosotros mismos, esta forma es más subjetiva, pero más vital y personal. Y desde ella, la pregunta y la respuesta sobre la felicidad es siempre de carácter existencial y personal (no es algo que nos importe en sólo en teoría, nos importa también y mucho en la práctica).
¿Cuáles son “esos otros bienes” valiosos?
El saber, el conocimiento y la virtud, posesiones humanas más altas y enriquecedoras que lo puramente técnico y corporal. Son realidades que transforman al hombre y le dan un modo de ser concreto, nos hacen ver que la felicidad no está tanto en el orden del tener, como en el del ser.
Ya hemos estudiado en otros temas, que el modo de ser, acorde con lo que la persona es, “es ser un ser con otros”, y en ese sentido, el modo más intenso de vivir lo común es el amor. En ese sentido, sabemos que buena parte de la felicidad radica en tener a quien amar y amarle efectivamente, la felicidad va unida al nombre propio que uno tiene y a los lazos interpersonales que sabe crear desde la propia intimidad personal. Así podemos afirmar, que la vida humana merece ser vivida, y no debería quedar inédita o truncada la radical capacidad de amar que tiene el hombre, pues en ella puede haber tanto de felicidad como tanto tenga de amor.
Por último, hay que recordar que lo más profundo y elevado del hombre está en su interior y en vano se buscará la felicidad solamente en lo exterior. La plenitud humana lleva consigo entre otras cosas la riqueza de espíritu, la paz, la armonía del alma y la serenidad. El camino de la felicidad es por tanto un camino interior.
La felicidad como vivencia y expectativa
La felicidad por tanto, es algo radical que afecta a la persona en lo más profundo, no es un sentimiento, ni un placer, ni un estado, ni un hábito, sino una condición de la persona misma.
Ya hemos dicho en otros temas que:
- Es imposible entender la felicidad, ni nada humano, si nos olvidamos de que el hombre es un ser temporal, instalado en un tiempo y en una situación concreta.
- También sabemos, que es un ser volcado hacia el futuro, que vive una continua anticipación de lo que va a ser y hacer, el hombre es un ser abierto hacia adelante.
Ser feliz quiere decir primariamente ir a ser feliz (futuro), y es más importante la anticipación de que voy a ser feliz, que la felicidad actual. De modo que, si hoy soy feliz, pero veo que voy a dejar de serlo, estoy más lejos de la felicidad que, si hoy no soy feliz pero siento que mañana voy a serlo. Podemos llevar mejor estar mal hoy, si mañana vamos a estar muy bien, pero por el contrario, “alguien que está seguro de que mañana va a estar mal, acaba poniéndose mal hoy”.
La expectación, la ilusión, son rasgos definitorios de la felicidad, uno es feliz cuando disfruta con lo que tiene en el presente, y con lo que aún no tiene, pero tendrá o espera en el futuro.
Para poder ser feliz y conseguir realizar lo que pretendemos es preciso tener:
- imaginación
- atrevimiento para querer
- perseguir y soñar.
La imaginación es la encargada de diseñar los caminos hacia el cumplimiento de las grandes metas, por eso los principales obstáculos para la felicidad son el temor y la falta de imaginación, y ambas cosas son frecuentes.
El temor nos detiene y paraliza la imaginación.
La falta de imaginación nos lleva a proyectos vitales poco personales, con los que no nos identificamos y en los que no nos comprometemos (eso pasa cuando no somos aquello que estamos haciendo, porque no lo hemos diseñado nosotros, no es nuestro proyecto).
Según lo dicho y respecto al empeño de ser feliz, nos podemos preguntar:
- ¿Se puede ser feliz en medio del sufrimiento? Sí, con imaginación, atrevimiento y compromiso propio.
- ¿Se puede ser infeliz en medio del bienestar, de los placeres y de lo favorable? Sí, viviendo con temor y sin imaginación.
- ¿Se puede ser feliz y no darse cuenta? Sí, porque existe el peligro de no ver la felicidad (si solo estamos pendientes de algún malestar o incluso de sufrimientos reales). En ese caso, nos damos cuenta de lo felices que éramos cuando esa felicidad está en peligro o ya se ha perdido.
- ¿Se puede pensar que hemos sido felices solamente buscando placeres, éxitos, y bienestar material, pero dejando “vacío y sin pensar” el fondo de la vida, y darse cuenta de su falta de sentido? Aquí la respuesta está en el interior de cada ser humano, en la búsqueda del sentido de la vida en la que cada uno está…
La felicidad nace de la conformidad íntima entre lo que se quiere y lo que se vive, y poseer esa conformidad íntima de uno consigo mismo, es lo que muchas veces permite afrontar las dificultades sin sentirse infelices.
Asumir la propia condición, a la vez que uno se esfuerza por lograr en ella lo mejor o la excelencia, es condición necesaria de la felicidad.
La felicidad exige una conformidad íntima con nuestra condición, que podemos encontrarla también en lo cotidiano, “una cotidianidad profunda y consciente es la fórmula más probable de felicidad”.
También podemos afirmar que, existe una irradiación de la felicidad o su contrario sobre la vida entera. En efecto, hacemos mil cosas aparentemente triviales todos los días, pero si somos felices, esas ocupaciones quedan transfiguradas y adquieren una especie de aureola de felicidad.
La “tarea” de la vida
Tratar de conseguir la realización de los propios proyectos lo podemos asumir en forma de “tarea”, o de trabajo que cada uno de nosotros debe realizar en su vida.
Para ello, tener un buen proyecto vital y una vida bien planteada será fundamental, ya que eso nos orientará en la dirección adecuada y conformará nuestra conducta, dándole sentido a dicha “tarea”.
Así, cada proyecto reflejará y contará con un diseño propio y un carácter moral inseparable, porque las convicciones de cada uno inspirarán su propio proyecto.
El proyecto vital de todo ser humano pasa por distintas etapas:
- La juventud es la etapa de la vida en la que hay que realizar el diseño del propio proyecto vital, por eso es el tiempo de la ilusión, de la esperanza y las expectativas.
- La etapa de la madurez consistirá en conocer, asumir y recorrer la distancia que separa el ideal de su realización.
La “tarea” de llevar a cabo la propia vida, se funda en la expectativa de alcanzar en el futuro el fin propuesto. En ella podemos describir varios elementos fundamentales para llevarla a buen puerto:
La ilusión, se puede definir como la vivencia anticipada de nuestros deseos y proyectos.
Sobre ella podemos decir:
- La ilusión y la esperanza dan energía y «ganas» para emprender la acción.
- La ilusión proporciona optimismo, nos impulsa hacia adelante, produce alegría, nos induce a querer ser más de lo que somos. Es el requisito para el verdadero crecimiento humano.
- La ausencia de ilusión provoca pesimismo y parálisis en la acción. Se suprime la esperanza de alcanzar lo que se busca (el pesimismo nos lleva a no movernos y a pensar que no hay nada que hacer).
Toda tarea necesita un ”encargo inicial”, una misión o un objetivo que nos hace responder a la pregunta: ¿qué quiero o que tengo que hacer?
Cuando no hay encargo, y no hay ninguna tarea que llevar a cabo, faltan los objetivos y viene la desorientación.
Los proyectos vitales son muchas veces fruto de una llamada que “alguien o algo” nos hace para que los asumamos, ya que la vida humana no se construye en solitario.
En el inicio de toda tarea suele darse “una ayuda originaria”. Esa ayuda suele ir acompañada de la entrega de recursos, ya que realización de los ideales puede ser trabajosa.
En ocasiones puede ocurrir que los recursos resulten escasos para la tarea que queremos llevar a cabo, es entonces cuando surge la necesidad de una “ayuda acompañante” que nos proporcione los recursos para atender a las necesidades que van surgiendo al llevar adelante la tarea (esa ayuda puede llegar en los momentos duros en forma de amistad, dialogo, enseñanza y orientación acerca de cómo superar determinados obstáculos).
En el desarrollo de toda tarea humana se pueden encontrar dificultades y riesgos.
El ejercicio de la libertad misma es arriesgado y hay que estar abierto a cierta posibilidad del fracaso. Ese fracaso puede llegar o por la presencia de dificultades externas, o también por la propia desorientación de alguien que no acaba de ser «señor de sí mismo», o que no acierta en lo que quiere.
Arrastrar todas las dificultades y perseverar en el esfuerzo se justifica por el deseo de alcanzar el objetivo marcado para uno mismo en primer lugar, pero también por el bien futuro que se pretende, el cual no es para uno solo, la felicidad también supondrá compartirlo con los suyos, con los que me han ayudado y han confiado en mí.
La plenitud de llevar a cabo la tarea de mi vida también consiste por tanto, en que su fruto repercuta en los otros, que mi esfuerzo se refleje en forma de don y beneficio para los demás, los que me ayudaron y a los que quiero.
Cuando falta alguno de los ingredientes mencionados, llevar a cabo la tarea de la vida es más difícil y su realización puede ser incompleta:
- Si no tienes ilusión por nada, no sabes qué hacer y no tienes ganas…
- Si no hay un encargo inicial y no sabemos qué hacer, hay vacilaciones, cambios de dirección, actitudes de perplejidad y la determinación de «por dónde tirar» nos lleva demasiado tiempo…
- Sin encargo inicial el proyecto y la ilusión por él no se consolidan.
- Si no hay ayuda inicial, la tarea naufraga por falta de recursos.
- Si no hay beneficiarios, ni siquiera tiene sentido empezar…
La estructura que se acaba de explicar puede reconocerse en tareas “grandes” o en tareas “pequeñas”, como trabajar de enfermera, encarar de nuevo ese examen que se ha atravesado, ser honrado con las cuentas de la empresa cuando quizá podría engañar sin ser descubierto o hacer una tesis doctoral…
Resumiendo: la vida es una tarea y la felicidad se puede encontrar al inicio, a lo largo del camino y al final del mismo, pero para ello tiene que haber ilusión y una labor por delante que de sentido al futuro.
El sentido de la vida
La vida tiene sentido cuando tenemos una tarea que cumplir en ella.
El sentido de la vida podemos describirlo como la percepción de la trayectoria satisfactoria o insatisfactoria de nuestra vida, su orientación general y su destino final.
La pregunta de ¿cuál es el sentido de la vida? surge cuando se ha perdido el sentido, cuando no se tiene una idea clara de hacia dónde ir, o hacia dónde nos conducen las dificultades que la vida nos impone.
El sentido a la vida “no se identifica absolutamente con la felicidad, pero es condición de ella”. La tarea de vivir no nos proporciona siempre felicidad, pero cuando falta el objetivo de alcanzar la tarea o los proyectos se han roto, comienza la penosa tarea de encontrar un motivo para la dura tarea de vivir o para que la vida vuelva a adquirir sentido.
Actualmente, encontrar el sentido es veces algo problemático y de ninguna manera evidente, pues hay una fuerte crisis de los proyectos vitales, faltan convicciones, no parece fácil encontrar verdades grandes ni valores fuertes en los que inspirarse, sobreviene la falta de motivación y la desgana pues no se encuentran razones para arriesgar la inestable seguridad que se posee, decae la magnanimidad en los fines, los ideales no son suficientemente valiosos para justificar las dificultades que conlleva ponerlos en práctica, etc.
La ausencia de motivación y de ilusión es el comienzo de la pérdida del sentido de la vida. Es algo muy evidente en esa enfermedad que se llama depresión.
¿Qué hacemos para encontrar “el sentido de la vida”?
Una posibilidad (muy frecuente en la actualidad) es la de ir reduciendo la felicidad a los placeres materiales o éxitos fugaces…, pero eso conduce a la inautenticidad, a la vida de «hombres huecos, hombres de paja», en definitiva a una falsa idea de felicidad.
Responder de una manera convincente a la pregunta por el sentido de la vida exige tener una tarea que nos ilusione y enfrentarse con las verdades, con los grandes interrogantes de nuestra existencia.
Dicho de otro modo, saber cuáles son los valores verdaderamente importantes, es lo que hace posible emprender la tarea de alcanzarlos, de otro modo lo que se hace es perder el tiempo.
La felicidad y la trascendencia
El ser humano se hace preguntas que muestran su apertura a la trascendencia: la búsqueda de un sentido de la vida, el interrogante sobre la existencia de Dios, la búsqueda del origen del universo…, son preguntas que conectan al ser humano con la trascendencia de aquello que está más allá de sí mismo.
Desde el punto de vista de la metafísica, la trascendencia se refiere a aquello que no forma parte de la realidad tangible y que, en ese sentido, se considera superior (lo trascendente está fuera de los límites que impone el cuerpo físico).
La respuesta que cada uno dé a la pregunta sobre la felicidad y el sentido de su vida está en último término intensamente condicionado por la cuestión del más allá y de lo que implica esa condición en esta vida.
La manera de acceder a la transcendencia es buscar, tratar de conocer, encontrar una respuesta, o “la respuesta”. Podríamos decir que, la tarea en este caso es conocer la verdad, y esa verdad, una vez conocida, es la que impone la tarea, la reorganización de la vida y en consecuencia un determinado tipo de conducta.
La trascendencia muestra la espiritualidad de una persona que tiene diferentes formas de expresión. Ya sabemos que “darse uno mismo” es el modo más intenso de amar, pero ese darse exige un destinatario que reciba el don. Y ese destinarse…, ¿sólo cabe hacerlo respecto a otro ser humano?
El hombre puede acceder a realidades superiores, dilatando su capacidad de conocerlas…