Por qué hablamos de la Persona Humana?
Por qué hablamos de la Persona Humana?
Porque para tener un conocimiento cabal de lo humano es necesario reflexionar sobre:
- Lo qué es el hombre a la luz de lo que puede llegar a ser…
- Lo que puede llegar a ser dependerá de los fines que se proponga…
- Tener un fin es importante, nos indica hacia donde debemos dirigir nuestra acción, hacia donde dirigir nuestra vida.
En la actual visión del mundo la vigencia de esos fines, de lo que se puede llegar a ser, se ha debilitado en extremo… es urgente recuperarla, pues sin fin, no hay sentido ¿para qué hacemos las cosas?
Ya sabemos que hay algunas características propias del hombre:
- Siempre anda a la búsqueda del sentido de las cosas
- No cesa de hacerse preguntas
- Y, además su felicidad depende de las respuestas que logre. Por lo tanto, no cabe quedarse quieto, la exigencia de todo hombre es llegar a ser como “deber ser”, no nos podemos conformar con menos.
Pero descubrir la verdad sobre la persona humana…, a veces nos suspenderá el ánimo y otras nos causará admiración, y siempre hay que considerar:
- Ese descubrimiento no puede ser repentino, exige un largo familiarizarse con su modo de ser y actuar.
- Porque la realidad humana es tan rica y compleja que no puede abarcarse con una sola mirada.
- Y además es necesario aproximarse a ella desde distintas perspectivas.
Para continuar aproximándonos a lo que es la realidad humana desde el punto de vista de su modo de ser y de actuar, hemos de comprender también lo que tenemos los seres vivos de común y de diverso en ese aspecto. Esta nueva perspectiva nos puede dar luces para introducirnos en el porqué el hombre actúa del modo en que lo hace.
La consideración de “ser vivo” de la persona humana según su modo de ser y de actuar puede explicitarse desde cinco características:
- Una forma de contemplar a un “ser vivo”, es desde la posibilidad que tiene de poder “moverse avanzando” a lo largo de su vida. Según Aristóteles “lo vivo es aquello que tiene dentro de sí mismo el principio de su movimiento”. Podríamos decir, que la vida es movimiento y vivir por tanto es un modo de ser.
“Por encima de los animales están los seres que se mueven en orden a un fin que ellos mismos se fijan, cosa imposible de hacer si no es por medio de la razón o del intelecto” – Tomás de Aquino (siglo XIII)
- La segunda característica de esa vida en movimiento es la unidad: todos los seres vivos, cada uno, son uno. Si partimos una piedra, seguimos teniendo una piedra, un espejo roto es una multitud de espejos, es decir, la unidad de lo inerte es tan pobre, que su ruptura no implica un dejar de ser. Sin embargo, partir a un perro es mucho más drástico, el perro en la medida en que es uno, dividirlo es matarlo.
- La tercera característica es la inmanencia (procede del latín in-manere, que significa “permanecer en/dentro”).
Es una característica que habla de la interioricidad que se da en todo viviente.
Las operaciones inmanentes parten del “interior” de cada uno y son de quién las ejecuta. Unas pueden ser vistas por los demás (ej. nutrirse, leer, llorar…), pero otras solo permanecen en el interior del que las tiene, de manera que lo que es uno, lo es por tener algo propio, “un adentro”.
Además, en los seres vivos hay distintos grados de inmanencia, todos no tienen la misma posibilidad de permanecer dentro de si, cuanto mayor es la capacidad de un ser vivo de guardar dentro de sí, cuanto más mundo interior posee, mayor es su nivel inmanente. Hay que hablar de una escala sucesiva de perfección respecto a esa posibilidad de permanecer dentro.
Por ejemplo, no observamos el mismo grado de inmanencia cuando vemos moverse una planta zarandeada por el viento, que al ver los saltos de un felino hacia su presa o al mirar el movimiento de la mano de un ser humano saludando a alguien que quiere. Los grados de interioricidad en los que se desenvuelven esas acciones son completamente diferentes y al contemplarlos se puede ver el grado de inmanencia que posee el ser que las ejecuta.
- La cuarta característica de los seres vivos podemos llamarla capacidad de autorrealización.
La unidad viva y en movimiento tiende a lo largo del tiempo hacia la plenitud de su desarrollo e inevitablemente hacia su muerte. Ningún ser vivo está “acabado” en su nacimiento, pero a lo largo de su vida los seres vivos protagonizan un proceso especifico y concreto, es decir, los seres vivos tienden hacia un fin, hacia una plenitud que no es la misma para todos, ya que todos los seres vivos no poseen la libertad de poder elegir ni de proyectarse.
Podríamos decir en todo caso, que vivir también es la posibilidad de crecer, es tener la posibilidad de realizar el proyecto de su vida, es decir, su autorrealización (al hombre no le basta con nacer, crecer, reproducirse y morir, necesita más…).
- La persona humana también es el único ser vivo en movimiento que puede reflexionar, preguntar y preguntarse acerca del ciclo de la vida y su sentido, que busca entender o pretende entender ese sentido, que le permite ver a la totalidad de vivientes del universo como una cierta unidad dotada de sentido.
Podemos seguir analizando la persona humana y no perder de vista la jerarquía que ocupa dentro de los seres vivos, respecto al tipo de vida que desarrollan, ya que todos ellos no poseen las mismas cualidades, ni los mismos “grados” de especialización, sino que están marcados por grandes diferencias: vida vegetativa, vida sensitiva y vida intelectiva.
La vida vegetativa, propia de las plantas y los animales superiores. En esta gradación las funciones principales son: nacer, crecer, nutrirse, reproducción y morir.
El segundo grado es la vida sensitiva, en está gradación ya cabe distinguir a los animales de las plantas.
La vida sensitiva consiste en la existencia de un sistema perceptivo que ayuda a realizar las funciones vegetativas mediante la captación de diversos estímulos (en cuanto ese sistema perceptivo capta un estimulo concreto provoca una respuesta instintiva concreta).
La respuesta instintiva a los estímulos, en el animal no puede ser modificada, se trata de una respuesta automática, en la que no hablamos para nada de voluntad.
Los fines instintivos a los animales les vienen dados, no son bienes individuales, sino que son propios de la especie, idénticos a los de cualquier otro individuo.
El tercer grado de vida es la vida intelectiva, que es propia de la persona humana.
Nuestra vida no es automática, tenemos por delante la tarea de resolverla, y el éxito no está asegurado, somos mucho más complicados. En el hombre, el aprendizaje es mucho más importante que el instinto, aprende a interpretarse…“el hombre debe aprender a ser quien es, para poder serlo”:
Respecto a la conducta humana, podemos decir que buena parte de los objetivos de las actividades del hombre corren por cuenta de la elección y aprendizaje individual.
Respecto al instinto, puede ser modificado por el aprendizaje. Aprendemos a comer, a andar, a comunicarnos, hay que fijarse en lo tremendamente prolongada que es nuestra infancia, y la cantidad de ayuda que necesitamos.
Las características propias y diferenciales en este grado superior de vida son:
- El hombre elige intelectualmente sus propios fines, exceptuando lo vegetativo (respiración, crecimiento, etc.) y no se conforma con los fines de la especie, sino que se propone fines personales, y tiene en sus manos la tarea de hacer su propia vida, escribir su propia historia.
- En el hombre, los medios que conducen a los fines no vienen dados, sino que hay que encontrarlos. Hay una separación de medios y fines que hace que no se den respuestas automáticas a los estímulos, no funcionamos solo por instinto.
La persona humana posee además de unas características determinadas y su libertad, la capacidad de darse fines y de elegir los medios para llevarlos a cabo, puede ser dueño de sus fines, por lo tanto es mucho más que un caso, y mucho más que un individuo de una especie…
Curiosidades sobre el término “persona”
¿En qué contextos puede ser utilizado? Muchas veces utilizamos el término “personas” aludiendo al número de seres humanos. Por ejemplo: “hoy contamos con ocho personas para cenar”, no decimos esperamos “ocho seres humanos para cenar” resultaría rebuscado y ceremonioso.
De personas por lo tanto hablamos cuando nos referimos a ellas de forma numérica y no de modo despectivo.
Pero si nos referimos a “esta persona” cuando no estamos en un de medio oficial o lenguaje legal, puede sonar de modo despectivo.
En otros contextos la elección del uso del término tiene connotaciones mucho más importantes. Recientemente se ha propuesto sustituir la expresión “derechos del hombre” por “derechos de la persona”, se pretende señalar que sólo las personas deben reconocerse como “alguien” que puede exigir que se le trate de una forma determinada.
En ese sentido hay que señalar que el concepto de persona no sirve para identificar algo como algo (objeto cosificado), sino que el término persona siempre afirma algo sobre un ser determinado y de una manera precisa.Por otro lado, el término persona tampoco es un predicado que atribuya una cualidad adicional determinada a un ser calificado ya dentro de su género. Lo que ocurre, es que de algunos seres vivos, debido a ciertas cualidades que hemos identificado previamente, decimos que son personas. Pero la persona, no son las cualidades sino el portador de las mismas.
La persona humana por el hecho de serlo posee dignidad ontológica, aunque por su comportamiento puede merecer ser hombre o ser indigno de serlo, es decir, puede tener o no dignidad ética, pero en todos los casos y para ello necesita ser hombre y “habitar en una naturaleza humana”.
La relación del hombre con su ser es de otro modo a como es la de cualquier otro ser vivo, existe en él una “interioricidad” que no pensamos que exista en el resto de seres vivos.
Curiosidades del término “humano”
En cierto sentido, “humano” es precisamente todo aquello que los hombres hacen, pero el término también se utiliza en otros contextos. Cuando se habla de ciertas atrocidades que comete el hombre como “cosa humana”. Es decir, utilizamos el término de modo que llamamos “humanas” a ciertas conductas, que desaprobamos ligeramente, pero que queremos disculpar (por ejemplo “errar es humano”).
También, curiosamente llamamos “humanos” a nuestros vicios y carencias. Incluso cuando el término “humano” se convierte en sinónimo de “animal”. Es decir, lo utilizamos para hablar de las bajezas del hombre, lo que lo aleja de las cumbres a las que solo él tiene acceso, cuando ¡lo realmente humano es lo que nos diferencia del animal!… lo humano es la razón, la voluntad, la conciencia, el esfuerzo!
En cambio, cuando a determinada conducta humana se le atribuye la maldad con intención no utilizamos la palabra “humano” (siendo que la voluntad y la intención son características humanas). A las formas de maldad especialmente perversas las llamamos precisamente “inhumanas”, aunque también pertenezcan específicamente al hombre.
Finalmente, sobre la persona humana y desde una perspectiva antropológica, no podemos olvidar una de las características más peculiares del ser humano, la clave de la inteligibilidad antropológica por excelencia: el amor.
“Antes y más profundamente que animales racionales o individuos que desean, los seres humanos buscamos ser amados y amar”.
“El amor es lo que descubre quiénes y qué somos los seres humanos. Más que un argumento, el amor es la luz que manifiesta a la persona como ningún otro recurso lo hace, quien ama a otro lo comprende en su irrepetibilidad o singularidad única”.
Y… si el amor es algo tan buscado y tan valorado por todos los seres humanos, si realmente es lo que esperamos unos de otros, si su consecución coincide con nuestra plenitud… ¿cómo puede ser que amar y ser amado parezca tan esquivo y tan difícil?
Texto para reflexión:
Ser hombre ciertamente es una aventura muy ambivalente…
Y ¿cuáles son las claves de la apuesta?
Literalmente: apostar por lo que el hombre tiene de animal o por lo que tiene de racional. Apostar por el egoísmo o la generosidad. Elegir entre una vida vivida o una vida arrastrada. Optar entre vivir despierto o vegetar. Empeñarse en realizar nuestros mejores sueños o masticar nuestros peores deseos. Pasar los años envejeciendo pero sin madurar o esforzarnos por madurar sin envejecer. Saber que -como decía Alejandro Dumas- “el hombre nace sin dientes, sin cabello y sin ilusiones y los más mueren sin dientes, sin cabello y sin ilusiones”, o levantar tercamente la bandera de las ilusiones y saber que podremos perder todo menos el entusiasmo y el empeño de ser hombres.
Y efectivamente lo que define el tamaño del alma es el “ser capaz de ser humano…”, porque en caso contrario nos podemos imaginar … ¿Qué aullidos no dará la naturaleza cada vez que se la obliga a prostituirse de necedad y vacío?
¡Es tanto lo que podemos ganar! ¡Tanto lo que podemos perder!
Verdaderamente asusta ser hombre, nos entusiasma y nos asusta. Pero a lo que no podemos estar dispuestos es a engañarnos, a pensar que esto es un jueguecito sin importancia, que los años son unas fichas de cartón que nos dieron para ir entreteniéndonos mientras cae la tarde.