04. Aspectos del desarrollo del sistema inmunitario

El desarrollo del sistema inmunitario comienza en una fase temprana de la vida fetal, entre las 5 y 6 semanas de gestación, cuando se inicia un proceso activo de hematopoyesis en el hígado fetal. Casi al mismo tiempo (6 semanas de gestación), se forma el timo a partir del tercer arco branquial, cuya corteza deriva del ectodermo y la médula del endodermo. En las siguientes 2 o 3 semanas, las células linfoides empiezan a migrar a partir del saco vitelino y el hígado fetal, y luego de la médula ósea, para colonizar el timo fetal.

El desarrollo de los órganos linfoides secundarios (bazo, ganglios linfáticos y tejidos linfoides asociados a la mucosa) comienza poco después. Los órganos linfoides secundarios son más bien pequeños, pero se encuentran bien desarrollados en el momento del nacimiento, y maduran con rapidez tras la exposición a los microbios durante el período posnatal.

El timo es el tejido linfoide más grande en el neonato, en relación con su tamaño corporal, y de manera habitual alcanza su peso maduro al año de edad.

Transferencia de inmunidad de madre a hijo

El sistema inmunitario del neonato presenta inmadurez funcional en el momento del nacimiento, de tal manera que la protección contra la infección y las sustancias tóxicas se da por efecto de la transferencia de anticuerpos IgG maternos. Durante el desarrollo fetal, éstos atraviesan con facilidad la placenta y conservan su funcionalidad en el neonato durante los primeros meses de vida extrauterina, para aportar inmunidad pasiva hasta que se encuentra bien establecida la síntesis de Ig.

La IgG es la única clase de Ig capaz de atravesar la placenta. La IgG transferida por la madre es efectiva contra casi todos los microorganismos y los virus que encuentra el neonato. La mayor cantidad de IgG atraviesa la placenta durante las últimas semanas del embarazo y se almacena en los tejidos fetales. Los neonatos que nacen en forma prematura pueden mostrar insuficiencia de anticuerpos maternos y, por tanto, son más susceptibles a la infección. Por efecto de la transferencia de anticuerpos IgG al feto, un neonato que nace de una mujer infectada con VIH presenta un resultado positivo de anticuerpos contra el VIH; no obstante, pudiera no cursar con infección viral.

En general, la sangre del cordón umbilical no contiene IgM o IgA. Si los presenta, estos anticuerpos son de origen fetal y representan la exposición a una infección intrauterina, puesto que la IgM y la IgA de la madre no atraviesan la placenta con facilidad. En condiciones normales, el neonato comienza a sintetizar anticuerpos tipo IgM poco después del nacimiento, como consecuencia de la exposición al inmenso número de antígenos que de manera habitual se encuentran en el ambiente circundante. Sin embargo, esta IgM tiene una afinidad y una eficacia menores contra un número limitado de antígenos. También se ha demostrado que los neonatos prematuros pueden sintetizar IgM tan bien como los neonatos de término. Alrededor de los 6 días de edad, la IgM se incrementa en forma aguda, y este aumento persiste hasta cerca del año de edad, cuando se alcanza la concentración del adulto.

En condiciones normales, no existe IgA en el suero en el momento del nacimiento, pero se detecta en el neonato alrededor de los 13 días después del nacimiento. Las concentraciones de IgA se incrementan durante la fase temprana de la niñez y alcanzan su concentración definitiva entre los 6 y los 7 años de edad. Mientras la IgA materna no se transfiere a lo largo de la vida in utero, pasa en el calostro al neonato en lactancia. Puesto que los anticuerpos IgA se asocian a las membranas mucosas, estos anticuerpos proveen inmunidad local para el sistema intestinal durante la fase temprana de la vida.

Respuesta inmunitaria en el adulto mayor

Al tiempo que se envejece, la capacidad del sistema inmunitario para proteger al cuerpo de los organismos patogénicos y las toxinas ambientales disminuye; esto se da como consecuencia de un descenso general de la capacidad de respuesta inmunitaria, y deriva de cambios que tienen lugar en las respuestas inmunitarias mediadas por células y las humorales. En consecuencia, los adultos mayores son más susceptibles a las infecciones, presentan mayor evidencia de trastornos autoinmunitarios y por complejos inmunitarios, y muestran una incidencia más alta de cáncer que las personas más jóvenes. Además, el sistema inmunitario en los adultos mayores tiene menos probabilidad de responder en forma apropiada a la inmunización, por lo que tienen una respuesta más débil a la vacunación. Con frecuencia los adultos mayores presentan además afecciones comórbidas que comprometen la función inmunitaria normal y su respuesta inmunitaria.

La etiología de las anomalías de la respuesta en los adultos mayores es multifactorial. Existe una disminución persistente del tamaño del timo, que inicia a partir de la pubertad y afecta la producción y la función general de las células T. La dimensión del timo disminuye hasta el 15% o menos de la máxima alcanzada. También puede presentarse una disminución del número de linfocitos en el tejido linfoide periférico. El hallazgo más común es una reducción ligera de la proporción de células T respecto de otros linfocitos, y un decremento de células CD4+ y CD8+ .

El envejecimiento también induce cambios cualitativos en la función linfocitaria. Los linfocitos parecen mostrar respuestas alteradas tras la estimulación con antígenos, y una proporción mayor deja de responder ante la activación. Al parecer, el linfocito T CD4+ se afecta con más intensidad, ya que disminuye la síntesis de las citocinas que estimulan la proliferación de los linfocitos y la expresión de receptores específicos que interactúen con las citocinas circulantes. De manera específica, las concentraciones de IL-2, IL-4 e IL-12 bajan en adultos mayores. Aunque la función real de las células B y T se compromete con la edad, el número de antígenos capaz de reconocer estas células no se modifica.

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