En los últimos años se está hablando cada vez con más insistencia sobre la “Humanización de la asistencia y los programas de salud” y uno de los signos de la conciencia de la necesidad de humanizar es la insistencia en el cuidado del cuidador a partir de la constatación de que el trabajo sanitario comporta un particular estrés en los profesionales.
Si la denuncia de la deshumanización parece referirse sobre todo a la falta de encuentro humano auténtico en la práctica sanitaria o al progreso de la tecnología utilizada en los diagnósticos y en los tratamientos cada vez más complicados, también se refiere, en muchas ocasiones, a las consecuencias que sobre el agente de salud tiene el modo de realizar el trabajo.
Querámoslo o no, estar en constante contacto con el mundo del sufrimiento y del dolor, desencadena reacciones no indiferentes para el profesional, que repercutirán en su estado de ánimo y en su misma salud en sentido global. El influjo del sufrimiento que se deriva del ejercicio de la profesión sanitaria puede llevarnos a hacernos enfermar y huir de nuestra actividad, que serían signos de lo que entendemos por burn-out.